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sábado, 15 de marzo de 2008

La Mala Ley

La vigente Ley Electoral es una mala ley. Aprobada en un escenario político que nada tiene que ver con el actual, exige una reforma a fondo. Los cambios que necesita nuestro sistema electoral deberían cumplir tres condiciones. Primera, asegurar una representación territorial justa y equilibrada. Segunda, que todos los partidos tengan una representación parlamentaria acorde realmente con sus votos. Tercera, garantizar que el partido en el gobierno sea el más votado y cuente con más diputados.

Los votos, por tanto, deberían propiciar una realidad parlamentaria más acorde con la voluntad popular, con el principio irrenunciable de "un hombre, un voto" y sin las hipotecas políticas que el modelo actual convierte en insoslayables. Un ejemplo sencillo: IU, con 963.040 votos, obtiene a escala nacional dos escaños, mientras que CiU, con 188.723 votos menos, se lleva diez en Cataluña. El PNV obtiene seis, con 660.000 votos menos que la coalición de izquierdas. Llamazares se queja con toda la razón.

¿Por qué se penaliza a los partidos nacionales minoritarios en favor de los pequeños partidos nacionalistas? ¿Cuándo vamos a dejar de tratar como hijos tontos a esos irredentos que tanto exigen y tan caros nos cuestan? ¿Hasta cuándo permitiremos que sus dirigentes controlen los cordones de la bolsa y condicionen la agenda política del país? Es preciso rebajar la desmesurada representación parlamentaria de unas minorías insaciables que, para más inri, defienden la balcanización de España.

El Periódico

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